jueves, 29 de octubre de 2009

CRUZANDO LOS DEDOS

ME RECIBIRÉ??? JORGE BARRERA DIRÁ......

miércoles, 21 de octubre de 2009

Parcial final

Introducción

Este proyecto es realizado con el fin de establecer el pensamiento de Descartes, el mismo se hará mediante una Investigación bibliográfica. Este tipo de investigación es definida como la primera etapa de la investigación científica donde se explora qué se ha escrito en la comunidad científica sobre un determinado tema o problema. Es así que, en ella se realiza una amplia búsqueda de información sobre una cuestión determinada, que debe realizarse de un modo sistemático, pero no analiza los problemas que esto implica. En otras palabras, podemos decir que, la conciben como el proceso de búsqueda de información en documentos para determinar cuál es el conocimiento existente en un área particular.
El acierto en la elaboración de cualquier trabajo de investigación depende de la cuidadosa indagación del tema, de la habilidad para escoger y evaluar materiales, de tomar notas claras y bien documentadas y, depende también, de la presentación y el ordenado desarrollo de los hechos en consonancia con los propósitos del documento. Así, en la investigación bibliográfica, desde un principio y en las tareas más elementales, se educa al futuro investigador en los principios fundamentales de la investigación.
René Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye, en la Turena francesa. Pertenecía a una familia de la baja nobleza, siendo su padre, Joachin Descartes, Consejero en el Parlamento de Bretaña. La temprana muerte de su madre, Jeanne Brochard, pocos meses después de su nacimiento, le llevará a ser criado en casa de su abuela materna, a cargo de una nodriza a la que permanecerá ligado toda su vida. Posteriormente hará sus estudios en el colegio de los jesuitas de La Flèche, hasta los dieciséis años, estudiando luego Derecho en la Universidad de Poitiers. Según la propia confesión de Descartes, tanto en el Discurso del Método como en las Meditaciones, las enseñanzas del colegio le decepcionaron, debido a las numerosas lagunas que presentaban los saberes recibidos, a excepción de las matemáticas, en donde veía la posibilidad de encontrar un verdadero saber.
Descartes, filósofo-científico-matemático, en muchas ocasiones ha sido considerado el iniciador de la Época Moderna. La personalidad de Descartes señala el paso decisivo del Renacimiento a la Edad Moderna.
“Pienso, luego existo”. Esta afirmación de Descartes es considerada el emblema de la Modernidad. Sin embargo, su razonamiento ya había sido desarrollado, idénticamente, por Agustín de Hipona alrededor del año 400. De esta coincidencia cabe extraer una conclusión importante: unos 1200 años después de Agustín, Descartes expuso una idea similar que aquel, y revolucionó el pensar de su tiempo. En tiempos de Agustín, esta afirmación, formulada con mínimas diferencias de estilo, pasó inadvertida.
Cuando una idea se vuelve trascendente, movilizante y pone en vilo a toda una sociedad, su fuerza no está en sí misma, sino en el contexto social y espiritual en el cual ella surge. Una idea no es el razonamiento que desarrolla, sino el ambiente donde germina y las consecuencias que provoca.
La afirmación de Descartes en boca de Agustín se remitía una polémica privada entre él y otros intelectuales, llamados escépticos. Cuando Descartes afirma “Pienso, luego existo”, sus palabras resuenan en la sociedad. Ya no era tema de algunos, la humanidad percibía que se ocultaba detrás de la frase cartesiana.
Agustín descubrió al hombre interior, y este se equivoca pero equivocándose sabe que existe y está conectado con Dios. De modo que esta reflexión no produjo ninguna consecuencia en ese contexto de fe y seguridad. En cambio cuando Descartes, en el Discurso del método y las Mediciones metafísicas proclama su “cogito, ergo sum”, el hombre moderno estaba solo, fuera de todo contexto, sin autoridades exteriores, y lo único que puede hacer es pensar por sí mismo. Descartes anunciaba la superioridad del Yo y de su capacidad para alcanzar la verdad. La Modernidad creyó en el Yo y en su poder, en la razón y el pensamiento.


¿Qué papel cumplió en la filosofía cartesiana el planteo de la “Duda metódica”?

“El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo”. Todos tenemos la misma capacidad de razonar, lo que hace más inteligente a uno que a otro es el método que utilizó. El poder de bien juzgar y de distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que se llama el buen sentido o la razón, es naturalmente igual para todos los hombres; y a si mismo, que la diversidad de nuestras opiniones no provienen de que unos sean más razonables que otros, sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por diversas vías y no consideramos las mismas cosas. Pues, no basta con tener la mente bien dispuesta, sino que lo principal es aplicarla bien. Las más grandes almas son capaces de los mayores vicios tanto como de las mayores virtudes, y los que no caminan sino muy lentamente pueden avanzar mucho más, si siguen siempre el camino recto, que los que corren apartándose de él. Todos tenemos la capacidad de razonar, si fracasamos es porque no la aplicamos bien, no encontramos el camino correcto, o nos desviamos del mismo.
La razón es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de las bestias. Lo que diferencia al hombre del animal es la capacidad de razonar.
Uno de los objetivos de este filósofo era descubrir un método que conduzca su razón por el buen camino, para poder llegar al conocimiento verdadero. Este método se basa en la DUDA, a través de la cual podrá llegar la primera evidencia: “Pienso, luego existo”. Así, la duda metódica se vuelve el pilar fundamental de su teoría.
Dice Descartes: “he formado un método que ha de servirme para aumentar por grados mi conocimiento y elevarlo hasta el más alto punto que la mediocridad de mi inteligencia y la corta duración de mi vida puedan permitirme alcanzar.”
El afirma que es menester poseer un método fundado en la unidad y la simplicidad de la razón humana, y que, por tanto, sea aplicable a todos los dominios del saber y a todas las cosas. El descubrimiento y la justificación de este método se convierten en el primer objetivo de Descartes.
El método es definido por él como el conjunto de “reglas ciertas y fáciles que hacen imposible para quien las observe exactamente, tomar lo falso por verdadero y, sin ningún esfuerzo mental inútil, sino aumentando gradualmente la ciencia, le conducirán al conocimiento verdadero de todo lo que es capaz de conocer”.
Este filósofo afirma que, para formar el método que asegura el conocimiento verdadero, es necesario un espacio para la reflexión, el ocio, el tiempo libre y la meditación. Además establece cuatro reglas que sustentan su método:
1º No aceptar nunca cosa alguna como verdadera que no la conociese evidentemente como tal, es decir, evitar la precipitación y la prevención y no admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase en mi espíritu tan claro que no se pusiera en duda.
2º Dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible y como se requiriese para su mejor resolución.
3º Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples de conocer para ascender poco a poco, hasta el conocimiento más complejo
4º Hacer en todas partes enumeraciones tan completas y revistas tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.
Dice Descartes: “fui alimentado en las letras desde mi infancia, y, como me aseguraban que por medio de ellas se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo lo que es útil para la vida, tenía un deseo extremado de aprenderlas. Pero, tan pronto como hube acabado el ciclo de estudios, cambié enteramente de opinión, pues me encontraba embarazado de tantas dudas, errores, y sin embargo me encontraba en una de las más celebres escuelas de Europa. Había aprendido allí todo lo que los demás aprendían, y aún, no habiéndome contentado había recorrido todos los libros que pudieron caer en mis manos. Pero creía yo haber dedicado ya bastante tiempo a las lenguas y aun a la lectura de los libros antiguos y a sus historias y fábulas. Por todo lo cual, tan pronto como la edad me permitió salir de la sujeción de mis preceptores, abandoné completamente el estudio de las letras, y prometiéndome no buscar otra ciencia que la que pudiera encontrar en mí mismo o en el gran libro del mundo, dedique el resto de mi juventud a viajar, a frecuentar gente de diversos talantes y condiciones, a recoger diversas experiencias, a ponerme a prueba de mi mismo y a reflexionar siempre sobre las cosas que me salían al paso de manera que pudiese sacar de ellas algún provecho. Pues me parecía que podría encontrar mucha más verdad en los razonamientos que cada uno hace acerca de los asuntos que le importan.
Aprendí a no creer demasiado firmemente en nada de lo que hubiese sido persuadido solo por el ejemplo y la costumbre; y así me liberé poco a poco de muchos errores que pueden hacernos menos capaces de escuchar la voz de la razón. Pero, después de haber empleado algunos años en estudiar de esta manera en el libro del mundo y en tratar de adquirir alguna experiencia, un día tome la resolución de estudiar también en mí mismo y de emplear todas las fuerzas de mi espíritu en elegir el camino que debía seguir, lo que conseguí, según creo, mucho mejor que si no hubiese alejado nunca de mi país ni de mis libros”.
Es así que, desde la infancia, el interior se halla invadido por las ideas y creencias de los padres o los maestros. Y puesto que el sujeto está rodeado de contradicciones, se pregunta por la calidad de los cimientos, si son firmes o no lo son.
A tal efecto, afirma Descartes, lo primero que hay que hacer es tirar abajo todo lo que uno tenía por cierto, y empezar de cero.
Dudo de todo, por lo tanto, estoy pensando. Puede ser que piense o no correctamente. En ambos casos, no puedo dudar de que existo (Pienso, por lo tanto existo).
Este “existo” no alude al cuerpo, ya que podría engañarme y que este cuerpo que tengo no sea el mío, no fuese cuerpo, sea un delirio. Lo que no es un delirio es que pienso. De ello no puedo dudar. El pensar es un acto del espíritu, del alma. En consecuencia, cuando digo Yo digo mi alma, que contiene mi pensar y que es la única certidumbre de mi ser. “Yo no soy sino una cosa pensante”.
Dice Descartes: “Después me puse a considerar qué se requiere para que una proposición sea verdadera, y habiendo observado que en la proposición pienso luego existo lo único que me aseguraba de que digo la verdad es que veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgue que podía tomar como regla general que las cosas que concebimos muy claras son todas verdaderas. Reflexionando que yo dudaba y que por consiguiente mi ser no era enteramente perfecto, puesto que había más perfección en conocer que en dudar, quise indagar de dónde había aprendido yo a pensar en algo más perfecto que yo mismo, y conocí con evidencia que tenía que ser de alguna naturaleza que fuese más perfecta. Por lo que hace a los pensamientos que yo tenía de muchas otras cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra, la luz, no me costaba tanto saber de donde procedían, porque no encontrando en ellas nada que me pareciese hacerlas superiores a mí, podía creer que si eran verdaderas dependían de mi naturaleza.
Pero no, podía ocurrir lo mismo con la idea de un ser más perfecto que el mío, pues el tenerla de la nada era cosa manifiestamente imposible.
No quedaba sino que hubiese sido puesta en mí por una naturaleza más perfecta que yo, es decir, Dios. Era absolutamente necesario que hubiese algún otro más perfecto, del que hubiese recibido todo lo que tenía, pues, si yo hubiese sido independiente de otro ser, hubiera sido infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipotente, y en fin, poseer todas las perfecciones que podía advertir en Dios. Para conocer la naturaleza de dios no tenía más que considerar si el poseerlas era o no perfección y estaba seguro de que ninguna de las que implicaba imperfección pertenecía a dios, puesto que la duda, la tristeza no podían estar en él”.
Así, Descartes llega a la segunda evidencia: “Dios existe”.
Además establece que si el mundo está poblado por seres como él, es decir, seres pensantes, y ha logrado establecer en su pensamiento, la idea de Dios como un ser todopoderoso, perfecto, eterno, omnipotente, omnisciente y de que hay objetos del pensamiento que pueden existir fuera de mí; entonces se puede establecer que hay un mundo que existe. La existencia del mundo queda probada a través de la existencia de Dios quien ha creado el mundo. Llega así a la tercera evidencia: “El mundo existe”.
A manera de resumen, se puede decir que el objetivo de Descartes es encontrar verdades absolutamente ciertas sobre las cuales no sea posible dudar en absoluto, verdades evidentes que permitan fundamentar el edificio del conocimiento verdadero con absoluta garantía. El primer problema planteado, es cómo encontrarlas, y para resolverlo elabora el método. Una vez obtenido, se cuestiona por dónde empezar la búsqueda, la respuesta y el primer momento de este proceso de búsqueda del conocimiento verdadero es la llamada duda metódica.
Exigir un punto de partida absolutamente verdadero obliga a un largo proceso de crítica y eliminación de todos los conocimientos que hasta el momento eran considerados verdaderos, pero que, sin embargo, no poseen una certeza absoluta que esté más allá de cualquier posibilidad de duda, por muy radical y extrema que sea. El primer paso debe ser dudar de todo lo que creemos y rechazar inicialmente todo aquello de lo que sea posible dudar. La sola posibilidad de dudar, ya será motivo suficiente para que una opinión o creencia que hasta ese momento hayamos considerado verdadera quede rechazada y en suspenso hasta ver si se ajusta al nivel de la razón.
Este primer paso se llamará duda metódica, siendo el resultado de la aplicación del primer precepto del método: "no admitir jamás ninguna cosa como verdadera en tanto no la conociese con evidencia". Esta duda no debe ser considerada como real, sino como un instrumento metódico para alcanzar su objetivo: encontrar una verdad que pueda ser el punto de partida del edificio del conocimiento.

Conclusión

De la interrogante planteada en el desarrollo surgen otras como: ¿avanza el pensamiento? - ¿detiene o paraliza nuestra acción? - en el proceso de formación del niño: ¿qué lugar tiene la duda? - ¿qué competencias promueve dudar?
A consideración personal puedo decir que lo que avanza, a través de la idea de Descartes de dudar de todo, es la capacidad de reflexión, la capacidad crítica, que me permite ver las cosas desde una perspectiva diferente. Dudando de lo que se me presenta ante mis ojos y no aceptando las cosas tal cual me las muestran estoy formando mi propia manera de pensar. De esta forma seré más crítico en cuanto a mis pensamientos y su construcción. Descartes aseguraba que a medida que dudo de todo menos de que pienso mi nivel de conocimiento irá aumentando gradualmente.
Este nivel aumentará en la medida en que yo se lo posibilite. Pienso que, si no poseemos algunas certezas es muy difícil avanzar. Hay ciertas cosas de las que debo estar seguro para progresar en mis conocimientos. Si sólo dudo y no me arraigo a algunas verdades puedo caer en una especie de “estancamiento”. La duda no debe generar un obstáculo que no me permita accionar, sino que debe ser el motor de mi acción, lo cual se logra teniendo algunas certezas.
Por lo anterior puedo decir que, en el aula debe estar presente esta capacidad. La duda resulta el inicio del proceso de construcción de los aprendizajes. El niño, por naturaleza, es curioso e investigador. La escuela debe de desarrollar y “explotar” esta potencialidad haciéndola útil para el niño.

sábado, 25 de abril de 2009

Epistemología y Teoría del conocimiento

Características de la filosofía presocrática: Thales, Anaximandro y Anaxímenes

Presocráticos se les denomina a todos aquellos pensadores griegos anteriores a Sócrates o que viviendo en la misma época que él, continuaban con aquella filosofía.
Los presocráticos rompen con la tradición mítica iniciando un proceso que se le denominó “paso del mito al logos”. El origen de esta forma superadora del pensamiento se sitúa en la Grecia del siglo VI antes de nuestra era, más concretamente en Jonia y es obra fundamentalmente de los filósofos de la escuela de Mileto: Thales, Anaximandro y Anaxímenes. Dice Pooper: “la nueva actitud a la que me refiero es la actitud crítica. En lugar de transformar dogmáticamente la doctrina, con el único fin de conservar la tradición auténtica, encontramos una discusión crítica de la misma. Algunos empiezan a plantear preguntas, ponen en tela de juicio la integridad de la doctrina: su verdad.”
Si dichos pensadores son ya propiamente filósofos y no meramente forjadores de mitos, es debido a que su pensamiento y su actividad estuvieron animados por una fuerte actitud crítica, alejada de las crédulas formas dogmáticas del pensamiento sometido a cánones fijos, como el pensamiento de tipo religioso. Fue esta actitud crítica la que les permitió afrontar con una nueva mentalidad el conjunto de saberes de su época y en especial, críticamente, la tradición mitológica anterior y no aceptar sin razonar la pretendida verdad de los relatos y tradiciones míticas.
Aunque cada uno de estos tres pensadores desarrolló un pensamiento propio y bien diferenciado, compartían algunas características, de las cuales se destacan las siguientes:
· Dirigieron su investigación hacia la búsqueda del “arkhé” o principio cósmico universal del que todas las cosas proceden, ya que tenían el convencimiento de que más allá de las apariencias sensoriales que nos muestran una realidad cambiante, múltiple y diversa, se podría encontrar un principio explicativo fundamental accesible mediante el uso de la razón.
· Su investigación acerca de este principio cósmico, universal, único o arkhé superaba las anteriores concepciones míticas y religiosas que hacían depender todo lo real de la libre y arbitraria voluntad de los dioses o de la ciega fuerza del destino o “moira”. En contra de esto los filósofos de la escuela de Mileto que todo cuanto existe es un cosmos, es decir, orden que está sometido a leyes o regularidades físicas que ordenan lo existente, y que pueden ser descubiertas ya que no están sometidas al árbitro de fuerzas sobrenaturales, sino regidas por la necesidad.

Pero cada uno de estos tres pensadores concibió el arkhé de una manera distinta. Así, según Thales era el agua, puesto que se manifiesta fácilmente en los tres estados de agregación de la materia; líquido, sólido y gaseoso, y además a cada uno de estos estados le corresponden propiedades cualitativas distintas. El agua es el principio del que todo procede y al que todo vuelve.
Anaximandro pensaba que el arkhé era el apeirón, es decir, lo ilimitado puesto que ninguna sustancia actualmente visible podía ser el principio de lo existente, ya que todo cuanto existe es ya fruto de un previo proceso de transformación.
Anaximandro postula una teoría del origen del universo, que defendía que este era el resultado de la separación de opuestos desde la materia primaria. Así, el calor se movió hacia afuera, separándose de lo frío y después, lo hizo lo seco de lo húmedo. Sostenía que todas las cosas vuelven con el tiempo al elemento que las originó.
Anaxímenes, sintetizando en parte la tesis de sus dos predecesores, sustentó que el arkhé es el aire, pues cumple con la condición de ser ilimitado como el apeirón de Anaximandro, pero es una entidad de la que podemos tener constancia, como el agua de Thales. Pero además, el aire se le aparecía como la manifestación de aquel principio de animación propio del hilozoísmo (designa una concepción de la materia, y por extensión, de toda la naturaleza . Los hilozoístas consideran que toda la realidad, incluso la inerte, está dotada de sensibilidad, y por tanto animada por un principio activo), ya que todo cuanto está vivo, respira. No obstante, lo más destacable de la posición de Anaxímenes fue su tesis de la reducción de los aspectos cualitativos a diferencias cuantitativas; todo cuanto existe se puede explicar apelando a la ley de la condensación o rarefacción del aire.

Heráclito y Parménides

Heráclito de Efeso, filósofo presocrático que perteneció a una familia noble de Efeso y fue llamado “el oscuro” a causa de la difícil concisión de su estilo. Fue posterior a Pitágoras y anterior a Parménides. Es autor de una obra en prosa llamada “Sobre la naturaleza”, constituida por aforismos y sentencias breves y tajantes, reforzaba su desprecio por la mayoría, ya que, según él son ciegos a lo más evidente, que es el sentido oculto de la naturaleza.
El punto de partida de Heráclito es la comprobación del incesante devenir de las cosas. “Todo fluye”, decía Heráclito, nada permanece sino que cuanto existe está sometido a un proceso ininterrumpido de alteración y, por tanto, nada “es” propiamente. El mundo es un flujo perpetuo: “no es posible meterse dos veces en el mismo río, ni tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado, a causa de la velocidad del movimiento todo se dispersa y se recompone de nuevo, todo viene y va.” La sustancia que sea principio del mundo debe explicar el incesante devenir con su propia y extrema movilidad. Para Heráclito es el fuego. “Este mundo, que es el mismo para todos, no ha sido creado por ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que fue siempre, es y será fuego eternamente vivo que se enciende según un orden regular.” Así que, el cambio es un salir del fuego o un retorno al mismo. El fuego es el principio activo, donde se da el movimiento, el cambio, el fluir de la cosas. El fuego es la sustancia que da vida.
En las palabras iniciales de su libro se lamenta de que los hombres, a pesar de haber escuchado al logos, la voz de la razón, se olvidan de ellas tanto en la palabras como en las obras de modo que no saben lo que hacen despiertos, de la misma manera que no saben lo que hacen dormidos.
Heráclito es el filósofo de la investigación. En él alcanza por primera vez la investigación filosófica conciencia de su naturaleza y de sus supuestos. Según él la misma naturaleza exige la investigación: “a ella le gusta ocultarse”. La segunda condición de la investigación es la comunicación entre los hombres. El pensamiento es común a todos, el hombre no solo debe dirigir la investigación a sí mismo, sino también, a aquello que lo vincula a los demás: el logos que constituye la esencia más profunda del hombre individual es también lo que une a los hombres entre sí.
Heráclito ha determinado la ley cuyo significado debe aclarar y profundizar la investigación. Para entender la ley suprema del ser, el logos que lo constituye y gobierna, es preciso unir lo completo y lo incompleto, lo concorde y lo discorde, y darse cuenta que la unidad surge de todos los opuestos. “La misma cosa es lo vivo y lo muerto, lo despierto y lo dormido, lo joven y lo viejo, ya que cada uno de estos opuestos, al cambiar es el otro y a su vez este otro es, al cambiar, aquel.” De la misma manera que en la circunferencia, cada punto es a la vez principio y fin, tal como el mismo camino puede recorrerse hacia arriba o hacia abajo, así todo contraste supone una unidad que constituye el significado vital y racional del contraste mismo. “Lo que es opuesto une y lo que diverge unifica”.

Parménides, filósofo presocrático nacido el año 510 a.c., originario de Elea.
Escribió un extenso poema de 154 versos hexamétricos dividido en dos partes y un proemio de 32 versos, la primera parte se titulaba Vía de la verdad y la segunda Vía de la opinión. El proemio describe como Parménides fue raptado por entes divinos que lo conducen mediante un carro tirado por yeguas y guiado por las hijas del sol hacia la presencia de una diosa benevolente, más allá de las puertas del día y de la noche. Estas aurigas inmortales franquean la puerta guardad por Diké (la justicia) hasta llegar a la diosa que le comunicará la verdad. La diosa le acoge señalándole que ha sido el amor a la justicia y a la sabiduría quienes le han llevado a su presencia y al auténtico camino del conocimiento. La diosa le da un discurso de la bien redondeada verdad, lo que constituye la Vía de la verdad, el discurso sobre las falsas opiniones de los hombres constituye la Vía de la opinión.
Este viaje de la noche al día, hacia la morada de la verdad es una alegoría del proceso de conocimiento, como lo es la alegoría de la caverna de Platón. El ser se corresponde con la verdad, que es intemporal, mientras que la noche o la oscuridad que representaría el falso conocimiento sometido a la variación, al cambio y la multiplicidad.
Parménides quiere conocer la verdad, la verdad que se logra a través del pensamiento, que es la luz. La oscuridad, lo negativo, la falta de conocimiento. Se da cuenta que hay cosas que no sabe, que no conoce y va en búsqueda del saber, de la verdad, de la luz. Tiene un método que es un viaje de la oscuridad, doxa, experiencia, a la verdad, la luz, epysteme. La razón es el medio por el cual el hombre llega a la verdad. La verdad es inmortal, solo muere lo mortal o sea la oscuridad. La verdad no cambia.
Es necesario conocer la oscuridad para llegar a la verdad (aletehia).


DIALECTICA
(viaje hacia la verdad)


DOXA ------------- EPYSTEME
Oscuridad Luz
Experiencia Verdad

La Vía de la verdad se muestra como el único camino realmente practicable para el filósofo. Para llegar a la verdad hay dos caminos: uno es que el ser es y el no ser no es, y el otro que el ser no es y el no ser es.
La Vía de la verdad concibe que el ser es y no puede no ser, la oscuridad puede ser y no ser.
El ser no fue creado, sino alguna vez hubiera sido no ser. Ya que no puedes comprender lo que no es, todo lo que pienso es, porque lo mismo es pensar y ser. Lo que pienso es y lo que es existe. El ser existe por la posibilidad de pensarlo, todo lo que pienso es. El ser es único, eterno, inmóvil, inmutable.
Para Parménides lo que es no puede dejar de ser, ya que dejar de ser es convertirse en no ser, lo que es imposible ya que lo que no es, no es, razón por la cual es imposible el cambio.


¿Contradicciones entre Parménides y Heráclito?

A veces se ha contrapuesto la filosofía de Parménides con la de Heráclito, señalando que mientras el primero destaca el carácter inmutable del ser, el segundo elabora una filosofía del puro devenir. Todo fluye, decía Heráclito, nada permanece sino que cuanto existe está sometido a un proceso ininterrumpido de alteración y, por tanto, nada es propiamente. En cambio para Parménides lo que es no puede dejar de ser, ya que dejar de ser es convertirse en no ser, lo que es imposible porque lo que no es, no es, razón por la cual es imposible el cambio.
Se ha afirmado que el poema de Parménides que habla de los hombres bicéfalos hace referencia a Heráclito.
Dejando atrás esta dudosa atribución debe destacarse que, en cierta medida, la confrontación entre ellos no es tan radical, ya que ambos niegan veracidad a los simples datos sensoriales y reivindican una atalaya superior desde la cual comprender la multiplicidad que brinda el conocimiento general del común de los mortales.
Heidegger ha querido subrayar una cierta proximidad entre el pensamiento de ambos, puesto que son expresión de una concepción de la verdad como desocultación.